martes, 23 de septiembre de 2014

Un tal Tirso Pinto



La semana pasada estuvo marcada por las evocaciones del 23 de enero de 1958. La alternativa democrática se presentó unida alrededor de un programa unitario de 12 puntos para la lucha social, con la contundente decisión de ratificar que el candidato será un nombre de consenso. El oficialismo, en su afán por expropiar todas las efemérides nacionales, tuvo su acto en el barrio homónimo escondiendo que una vez Chávez reconoció a Pérez Jimenez como “el mejor presidente de Venezuela”. Chela Vargas, indudable heroína de la época, en un arrebato de adulación precario, elogió a los valientes habitantes de esa localidad por su heroica participación en el derrocamiento del dictador, obviando el detalle de que esos bloques no estaban habitados en 1958 y  que la zona se llamaba 02 de diciembre. Durante la semana, en los programas del SNMP, acusaron a los actuales militantes de AD y de Copei por la traición del pacto de Punto Fijo al espíritu unitario del 23 de enero: 55 años de culpas, casi una pena máxima para cada partido. La verdadera intensión del mitin la dio José Vicente Rangel, exmilitante del puntofijista URD, con su discurso a favor de la candidatura de Maduro, en su enrevesado lenguaje por supuesto. Días antes, la fiscalía anunció al país la aparición de los restos de Noel Rodriguez y David Nieves, en VTV, no ahorró epítetos contra los militares torturadores que conformaban los tenebrosos Teatros de Operaciones, para la incomodidad total de la moderadora quien trataba de morigerar su leguaje contra los “hermanos de la alianza cívico-militar”. En el discurso de Maduro no se oyó ni una palabra al respecto y eso que era en un acto para celebrar el derrocamiento de una dictadura militar; constitucionalmente avalada por sus instituciones, por cierto. Las diatribas psudomoralistas de los  promotores del mitin callaron muy oportunamente que varios de los militares involucrados en masacres de finales del siglo pasado son sendos militantes del PSUV.  Ese día leí el relato autobiográfico de Tirso Pinto, un recio luchador comunista. Una narración apasionada y apasionante sobre su dilatada participación en la construcción y dirección tanto del PCV que tanto hizo por tumbar a Pérez Jiménez, como del Frente Guerrillero Simón Bolívar en Lara. Presenta claramente las razones de sus inclinaciones políticas y denuncia con firmeza las violaciones a los DDHH cometidos en los 50 por la SN y en los 60 por el ejército. Como Ernesto Cardenal, no expresa sino palabras gratas hacia sus compañeros a pesar de las divisiones posteriores. Solo usa palabras duras contra los torturadores y los masacradores de campesinos. Cuando a uno le preguntan que cómo puede reunirse con los nietos de los gobernantes de las décadas del 60 al 80, leído el libro de Tirso, uno repregunta cómo amigos de Noel Rodríguez o militantes del FGSB conviven en el mismo partido que esos militares con las manos manchadas de sangre. 

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