Profundo y humano llamado de Rafael Venegas en pro dela Ley de Amnistía
Y me dirijo a Nicolás Maduro, quien me conoce y conoce de cerca esta historia; a David Nieves, a quien sé cercano al Presidente; a Carlos Lanz, beneficiario y testigo del episodio comentado; a Alí Rodríguez, Aristóbulo y tantos otros, para que sumen el concurso de su esfuerzo con el mismo espíritu que animó aquel logro, desprovistos de todo ánimo revanchista o de venganza, para que escuchen el clamor de un país que quiere reconciliación y paz como condición para encarar sus más graves problemas, para hacer posible una Venezuela sin presos, perseguidos ni exiliados políticos.
MI
TESTIMONIO A FAVOR DE LA AMINISTÍA
Por
Rafael Venegas
En
febrero de 1985 obtuve mi libertad como consecuencia de un Decreto Presidencial
que sobreseyó las causas a 38 prisioneros políticos venezolanos.
Era el tercer
decreto dictado por el gobierno de Jaime Lusinchi desde la víspera de las
navidades del año anterior. El primero favoreció a todas las compañeras presas.
El segundo a quienes tenían responsabilidades menores en las causas juzgadas.
Luego siguieron otros que fueron aliviando un problema que involucraba a 187
compatriotas.
Quedaron presos sólo los jefes históricos de las organizaciones
aún en la clandestinidad y levantadas en armas, quienes también fueron siendo
liberados de forma progresiva, al amparo de medidas de gracia gubernamentales.
Se trató, como casi siempre a lo largo de la historia, de juicios políticos
resueltos con medidas políticas, las cuales contribuyeron a crear las
condiciones democráticas para que la disidencia revolucionaria pudiera
expresarse legalmente.
Aquél fue un proceso de
conversaciones iniciado en el propio cuartel San Carlos entre emisarios de alto
rango del gobierno de turno y los principales líderes de las organizaciones
subversivas de la época (no hay connotación peyorativa en el uso del término;
por el contrario, quiero reivindicarlo en sus alcances más legítimos y
cuestionadores), con la presencia de terceros de buena fe y testigos de
excepción.
En honor a la verdad debo decir que no fueron negociaciones que nos
impusieran condiciones humillantes o indignas. Fueron más bien medidas
unilaterales tomadas por Lusinchi primero y luego por Caldera, como
manifestación de su interés por resolver un asunto que constituía una rémora
histórica y que impedía terminar de pacificar al país desde el punto de vista
político-institucional (paz y justicia social son otra cosa). Medidas
unilaterales pero conversadas, en cierto modo convenidas, a las que le
siguieron acciones o gestos unilaterales de parte de nosotros en igual sentido.
Durante una etapa de este largo
proceso formé parte del equipo que condujo las conversaciones. Lo hice en
representación de quienes seguían presos o perseguidos, acompañado, entre
otros, por David Nieves, Raúl Esté y Alí Rodríguez Araque, personajes todos
ligados al llamado “proceso” y cercanos al actual Presidente, Nicolás Maduro.
Lo hice al frente de un vasto movimiento de familiares y amigos de los presos
políticos y al calor de pronunciamientos públicos de partidos políticos y
organizaciones defensoras de los derechos humanos; con el respaldo de
intelectuales, artistas, académicos, sectores de las Iglesias, dirigentes
políticos, sindicales, gremiales, estudiantiles y populares.
El resultado fue
que los partidos aún clandestinos emergieron a la legalidad, la guerrilla del
Frente Américo Silva se desmovilizó, las cárceles se vaciaron y el país vivió
un período sin presos políticos, hasta que sobrevino la crisis política y
militar del período 1992-1998.
Madurez política, reconocimiento mutuo, respeto por
las posiciones del otro-diferente, fervor patriótico, magnanimidad y espíritu
de reconciliación fueron los soportes principales que facilitaron este
resultado.
Hoy, cuando la Asamblea Nacional discute un proyecto de Ley de
Amnistía y Reconciliación, sumo mi testimonio como constancia de respaldo pleno
a esta noble iniciativa, así como el apoyo unánime de Vanguardia Popular,
partido en el cual milito con muchos de quienes han purgado cárcel en defensa
de sus ideas políticas.
Y me dirijo a Nicolás Maduro, quien me conoce y conoce
de cerca esta historia; a David Nieves, a quien sé cercano al Presidente; a
Carlos Lanz, beneficiario y testigo del episodio comentado; a Alí Rodríguez,
Aristóbulo y tantos otros, para que sumen el concurso de su esfuerzo con el
mismo espíritu que animó aquel logro, desprovistos de todo ánimo revanchista o
de venganza, para que escuchen el clamor de un país que quiere reconciliación y
paz como condición para encarar sus más graves problemas, para hacer posible
una Venezuela sin presos, perseguidos ni exiliados políticos.
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