Desde el 6D, en Maduro han sido
tan importantes los hechos como las
omisiones.
Ante la victoria de la ya casi-no-más
oposición democrática, tuvo un momento de cordura al reconocer los resultados,
para luego extraviarse en un laberinto de conductas discordantes que hacen dudar
de su equilibrio emocional ¡Hasta inventó un quimérico fraude y se escondió una
semana en Cuba! Bien podría confundir a cualquiera de sus biógrafos, si hubiese
alguien interesado en escribir sobre su vida.
La corriente política de los
triunfadores suele ser arrolladora y encandila al derrotado. Vaya que nos costó
aprender que el chavismo ganó elecciones porque sacó más votos y contó con más
maquinaria electoral, CNE incluido.
Maduro calla que la gente se
organizó para cuidar sus votos en los centros y que la MUD supo canalizar ese
entusiasmo hasta hacerlo victorioso. Se marcó, como en el fútbol, al PSUV
frenando triquiñuelas y fraudes, hasta
impedir las operaciones que enturbiaron la contienda Capriles-Maduro
El hilo conductor de todos los
disparates ha sido esquivar su responsabilidad. Siguiendo a su psiquiatra Jorge
Rodríguez, Nicolás asume la autocrítica de una manera evasiva, como cuando le
construyó aquella derrota a Aristóbulo Isturiz en las elecciones de la CTV en
2001.
Ahora, como antes, saca una lista
de culpables donde su nombre es omitido.
De la tragedia a la comedia, Maduro esconde que el aparato electoral del
PSUV, a pesar de contar con todos los recursos del estado, fue derrotado
organizativamente por la MUD.
Le pidió la renuncia a sus
ministros y a la DN del PSUV, pero todos siguen enchufados intercambiando
insultos y acusaciones oblicuas sobre corrupción y negligencia, sin sanciones.
Un equilibrio de complicidades digno de la Cosa Nostra.
La DN del PSUV convocó a un
congreso extraordinario sin conclusiones y a un cónclave sobre economía
socialista, que disolvieron cuando sus
participantes desmontaron el cuento de la guerra económica, reconociendo el
fracaso de su política. Delirantes, los tapadores de oficio llegaron a insinuar
que Alí Rodríguez y Jesús Farías eran unos neoliberales.
El peor “mejor amigo” de Maduro
extendió sus funciones como presidente de la AN hasta el último minuto para
impedir, con su espuria y menguante mayoría,
el buen desempeño del nuevo parlamento.
Como guinda de semejante torta, inventaron
unas impugnaciones a destiempo, tan mal redactadas que sus propios magistrados
express de la Sala Electoral del TSJ las rechazaron en dos oportunidades, aceptando
una, cargada de vicios.
En la otra acera, el país vio
cómo los sectores democráticos resolvieron sus diferencias de manera franca,
con la elección del nuevo presidente de la AN, el que no ganó dictó los lineamientos
de la gestión. Con serenidad y firmeza se defienden los votos que eligieron a los 112 diputados que
le abrirán las puertas a los represados torrentes democráticos que corren por nuestras venas.
Esto comienza a terminar. Vamos
bien
@rricardorios1
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